Como dice un viejo refrán, un abuelo es un ser con plata en el cabellos y oro en el corazón. Tesoros hechos persona que deberíamos apreciar y disfrutar tanto como fuese posible. Tal y como hizo Martin en sus vacaciones junto a su queridísima abuela.
Mi verano con la Abuela
El verano ya está llegando a su fin y Martin tiene que escribir su redacción, mientras su madre le ayuda con las palabras más complicadas y con la ortografía, que todavía se le resisten un poco.
Se trata de los deberes, que su maestra Amparo les puso el último día de clase para la vuelta de vacaciones. Martin tiene que contar cómo ha sido su verano, qué ha hecho, dónde ha ido y qué ha aprendido. Después tendrá que leerlo en clase para compartirlo con todos sus compañeros.
Pero este verano todo fue diferente, pues como dijo Martin; «se le han fastidiado los planes». Eso es porque sus padres decidieron hacerse cargo del bar de la piscina municipal para trabajar y tratar de ahorrar un poco. Y esa decisión conllevó que no podían estar al cargo del pequeño.
«No es un año para viajes» Le dijo su madre con mucho pesar. Cosa que Martin aceptó de mala gana, cosa que sus padres comprendieron. Un niño de diez años no puede evitar ser egoísta, aunque sea sin maldad.
En lugar del típico verano en el que Martin y sus padres solían hacer algún viaje, incluyendo playas, piscinas con toboganes y algún que otro parque de tracciones, el pequeño fue facturado con mucho cariño junto a su abuela al pueblo familiar, una aldea pequeñita en el Albacete más profundo llamada Agramón. Como era de esperar para sus padres, Martin se tomó ese cambio de planes relativamente mal, ya que «el pueblo», según él, «es pequeño y aburrido».
Lo que Martin no podría llegar a imaginar es que al final de ese «aburrido y cutre» verano, su impresión cambiaría de forma tan radical a la par que entrañable:
«MI VERANO CON LA ABUELA», de Martín P.
Este verano he ido al pueblo de mi abuela pasar las vacaciones.
Mis papás se quedaron en casa porque tenían que trabajar en la piscina. Al principio me puse muy triste porque les iba a echar mucho de menos. Yo no quería irme al pueblo. Yo creía que era un sitio aburrido y me enfadé un poco.
Cuando los papás me dejaron con la abuela, mamá me dio una idea para esta redacción y me dijo que todos los días le pidiera a la Yaya que me contara cosas de cuando ella era más joven y yo no estaba.
Los primeros días fueron un poco malos. Yo quería ir de viaje y al parque acuático, pero entonces la yaya me llevó de excursión a un sitio chulísimo. Era el pantano de Agramón y fue un día genial. Allí había más niños y jugué con ellos. La abuela llevó mucha comida y se bañó conmigo. Fue muy divertido.
Entonces las vacaciones mejoraron. Y todos los días la abuela y yo hacíamos algo diferente. Un día llovió mucho, mucho y la abuela y yo salimos al corral y bailamos bajo la lluvia. Otro día fuimos a buscar caracoles. También me llevó a la piscina del pueblo y a comer polos. Todas las noches me llevaba a la plaza de la iglesia y mientras ella se tomaba un granizado con sus amigas yo jugaba con mis nuevos amigos a perseguir lagartijas. También me ayudó a pintar chapas para ir a hacer carreras con mis amigos de la calle. Muchas tardes salíamos en bicicleta y hacíamos carreras. Siempre ganaba yo.
La abuela es una persona muy, muy divertida. Y cada día me hacía de comer lo que yo le pedía. Cocina súper bien. Lo mejor era cuando llegaba la hora de la siesta. Primero la yaya se ponía una telenovela, mientras yo me hacía una tienda de campaña con sábanas. Y cuando se despertaba le hacía preguntas, como me dijo la mamá. La abuela me contaba muchas historias. Como cuando ella tenía mi edad y se cayó dentro de una acequia llena de zarzas, entonces tuvieron que curarla con mucha mercromina, como a mí, que me caí con la bici. Me gustó mucho la historia de cuando conoció a mi abuelo en una verbena y se enamoraron a primera vista. Pero la mejor historia fue de cuando mi mamá estaba embarazada y la abuela hablaba conmigo pegada a la barriga. Yo no me acuerdo de eso, pero la yaya dice que me decía que me quería mucho y que tenía muchas ganas de cogerme en brazos.
De todo lo que me contó, lo mejor fueron las historias sobre mí, aunque tampoco me acuerdo de casi ninguna. De cuando se quedaba conmigo de bebé y me cuidaba. De la primera vez que me bañé con ella en la piscina de la casa del pueblo. De cuando le di un mordisco con mi primer diente. O de cuando yo era muy bebé, un día que me hizo tantas cosquillas que me hice caca y pipi, mientras me cambiaba el pañal.
Un día le pregunté a la abuela porqué tenía tantas arrugas y por qué no se ponía cremas como hacía mamá. Ella me llamó descarado y se enfadó un poco, pero luego se puso a reír. Me explicó que cada arruga era una historia vivida y una lección importante y que prefería tenerlas para no olvidarse de ninguna de ellas. Por ejemplo alguna era para ser generosa con los demás. Otras para no enfadarse y perdonar. Unas para ponerse en los zapatos de los demás, aunque no lo entendí. Tenía varías sobre no ser rencorosa. Y también alguna para no volver perder el tiempo. Me enseñó alguna que decía que eran para recordar que hay que escuchar más y hablar menos. Pero sus mejores arrugas eran las de las manos y las de los ojos. Las de las manos le recordaban que trabajar es muy importante y las de los ojos que hay que intentar reír más y llorar menos.
La abuela es una persona muy buena. Y también muy divertida. Me ha contado muchas más historias, que he guardado en un diario. Le he llamado «el diario de la abuela» y me ha dicho mi mamá que lo tengo que guardar, porque algún día valdrá más que el oro. No lo he entendido, pero le hecho caso.
Al final este verano no he viajado a ningún lado con mis papás, pero al final me ha dado igual. Ha sido el mejor verano, porque he pasado todo el tiempo con la abuela.
Cuando acabaron las vacaciones, antes de volver a casa, le dije a la abuela que había sido mi mejor verano y ella me contestó:
“Tú me has dado el mejor de la mía.” Después me dio un beso y un abrazo muy, muy fuerte. Quiero mucho a mi abuela y quiero que el verano que viene sea igual que este. Y quiero que ella esté conmigo siempre.
Tengo la mejor abuela del mundo mundial. FIN »
Cuando la mamá de Martin lee la redacción, antes de corregirla, no puede evitar dejar escapar un suspiro y seguidamente se ve en la necesidad de abrazar y besar a su pequeño. Lo siguiente que hace es llamar a la yaya para leerle palabra por palabra lo que Martin ha escrito sobre su verano juntos. Entre risas y sollozos ambas mujeres dejan escapar varias lágrimas de pura felicidad. Y al concluir la lectura la abuela de Martin siente en lo más profundo de su ser esa emoción, mezcla de alegría, nostalgia y amor, que hace que cualquier corazón rejuvenezca y lata con más fuerza, convirtiéndola en la mujer más feliz en la faz de la tierra.
Y es que nada hay como el amor que los abuelos dan y reciben de sus nietos. Un sentimiento distinto y profundo, que jamás deberíamos escatimar, siendo niños ni tampoco adultos. Pues los abuelos son esos seres lindos y entrañables, que merecen cada día un carta como la que Martin escribió de su querida abuela.
¡Feliz día de los abuelos y felices nosotros de que existan! 🙂