Los gatos flamencos

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El día 13 de Noviembre comienza la semana internacional del Flamenco. Con motivo de este día os traemos un breve relato lleno de pasión, cultura y dedicación.

LOS GATOS FLAMENCOS

El verano se había presentado unas semanas antes en el sur de la península y en la noche primaveral unos suaves maullidos acariciaron la brisa cálida. Ese sonido armonioso a la par que hipnótico se repitió, flotando grácil en el aire. Procedía de las afueras de Jerez de la Frontera.

Bajo una caravana había una elegante gata blanca con lunares negros, que lamía con fruición y cariño el lomo de una pequeña bola de pelo, que sonreía y ronroneaba entre maullido y maullido de su madre.

 

— Tienes que estar presentable para la actuación de mañana. — le dijo ella.

— Pero, mamá… — renegó el pequeño con poca convicción, mientras trataba de resistirse — Yo no quiero lavarme.

— No pretenderás salir al tablao con estos pelos sucios y despuntados. Somos parte de la compañía y debemos estar impecables.

Pese a las reticencias del pequeño felino atigrado, se dejó acicalar. Al rato ambos emprendieron la marcha, avanzando entre las caravanas de la compañía flamenca y los numerosos coches del público, que habían abarrotado el inmenso parking.

El pequeño gato fue caminando cada vez más despacio, hasta que se detuvo. Su madre prosiguió inmersa en la ilusión que le provocaba estar de regreso en su tierra. No fue hasta unos metros más adelante cuando se dio cuenta de la ausencia de su pequeño. Lo encontró absorto observando la ciudad en la lejanía, entre todas las luces, aquellas que iluminaban el hermoso monumento de la Catedral de Jerez, eran las que más cautivaron los afilados ojos del pequeño.

— ¿Qué pasa, cariño?

— Mamá, ¿Por qué tuvimos que irnos de casa?

— Ya te lo he explicado muchas veces. — replicó comprensiva, acariciando con su cabeza la de su hijo — Tuvimos la suerte de nacer y vivir en el tablao más antiguo de Jerez. Tú, igual que yo y que nuestros antepasados pertenecemos a él, nacimos envueltos de su magia y del calor del flamenco. Pero ese edificio no era nuestro hogar.

— No sé. A mí me gustaba… — la morriña emanó de sus palabras.

— A mí también, pero los gatos flamencos, al igual que los artistas que nos han criado, tenemos una raíz nómada. Los caminos, los pueblos y sus gentes son nuestra verdadera fuente de inspiración. No hay flamenco sin eso.

— Y sin tablao… — apostilló el pequeño con una sonrisa pícara.

— Eso es, cariño. — dijo ella, dándole un beso y echando a caminar, con esa elegancia propia de una gata flamenca — Y ahora vamos, que todavía llegaremos tarde.

 

Un último vistazo a la ciudad y el pequeño echó a andar con pasitos cortos y rápidos, siguiendo los pasos de su madre. Avanzaron con mucho cuidado de no molestar a la gente que iba acudiendo al lugar, ni de ser atropellados por un conductor despistado.

En un momento dado, cuando las luces de un escenario se intuían en la lejanía, el gatito se detuvo. Un suspiro agitó sus diminutos y finos bigotes y su madre intuyó que no se trataba sólo de morriña por el regreso a casa, sino también de nervios por la que sería la primera actuación del pequeño en su tierra natal.

— ¿Nervioso?

— Un poco.

— ¿Qué puedo hacer para que te tranquilices?

— No sé… ¿podrías contarme la historia de la tatarabuela…?

— Claro. — Sonrió ella con ternura — La tatarabuela Felisa fue la primera gata flamenca que cantó en esta compañía. Y ella, al igual que nosotros, vivió viajando. Esa es la naturaleza real del flamenco. Este arte nació justo aquí, en Jerez de la Frontera, mezcla de culturas y pasiones, pero su esencia no perteneció nunca a una sola tierra, no es una planta con raíces, es un espíritu libre e itinerante. Somos nómadas y artistas. Es así como las almas crecen; viajando y conociendo pueblos y las gentes que los habitan. Así fue que la tatarabuela Felisa nos transmitió su arte y sabiduría. Es por ello, que estamos aquí, cariño. — La gata hizo una breve pausa para comprobar que su pequeño ya parecía más tranquilo y que sonreía, imbuido por la confianza que le otorgaba el recuerdo de su tatarabuela — Y ahora vamos, no te demores más. La función está a punto de comenzar.

 

El pequeño, ya más animado, siguió a su madre con movimientos rápidos a la par que elegantes hasta el escenario, que se había montado a las afueras de la ciudad. Muchas personas acudieron a la actuación y, con la noche bien entrada y bendecida por los tonos plateados de una luna sin duda flamenca, los primeros acordes de unas guitarras se dejaron escuchar. Seguidamente unas palmas acompasadas acompañaron al rasgar de las cuerdas y con ellas una voz de hombre profunda emitió un sonido cautivador.

«Y una casita en el barrio de Santa Cru’

Un ventanal y un pequeño patio andalú’

Enredaderas que suben por la escalera

Por una reja se ve el sol y entra la lu’

Y cuando llega la noche a mi ventana

Cojo jazmine’ y huele a la flor de mi dama

En mi vieja mecedora quedó dormido

Y al despertar del sueño todo se había ido.»

 

El público aplaudió con aquellos primeros versos y entonces una mujer de rasgos hermosos, vestida con un colorido traje de gitana, se levantó de una silla y, dejando atrás a sus compañeras, comenzó a taconear sobre el tablao. Sus movimientos contra las maderas comenzaron siendo suaves, rítmicos y con una cadencia calmada y poco a poco, la guitarra, las palmas y sus pies fueron encendiéndose y el ritmo junto al zapateo comenzaron a volverse pasionales. Fue entonces cuando el cantaor regresó a la escena, para acompañar a la mujer en el baile. Azotando con sus zapatos las tablas bajo sus pies.

 

El espectáculo se prolongó para regocijo de artistas y público. Y fue casi al final cuando el maestro guitarrista se quedó solo en el escenario, para deleitar a todos los presentes con la famosa y hermosa canción «entre dos aguas», tratando de homenajear y quizás invocar el espíritu del maestro Paco de Lucía.

 

— Ha llegado el momento, cariño. — le dijo la gata a su pequeño.

— Sí, sí. — dijo él, con nervios en su voz.

— Tú tranquilo. Lo vas a bordar. No olvides que lo llevas en la sangre. — le dijo, fijando sus profundos ojos sobre los de su hijo — Tú sígueme y sobre todo disfruta el momento.

 

Para sorpresa del público presente, dos lustrosos y elegantes gatos subieron con calma y garbo felino al escenario. El pequeño se sentó justo en el centro, mientras que la más mayor se entretuvo en pasearse hasta llegar junto al maestro guitarrista, al que acarició las piernas con su lomo. Cuando este sintió a la gata cariñosa y juguetona, le dedicó un guiño cómplice sin dejar de agitar con destreza los dedos sobre las cuerdas cantarinas.

Una vez los dos felinos estuvieron en el centro del tablao, se produjo la sorpresa. Ambos animales comenzaron a acompasar sus maullidos con la hermosa melodía, que emanaba de la clásica guitarra española. Era un espectáculo increíble por lo imposible y también por lo hermoso del mismo. Tanto fue así que todo el público celebró tal novedad y el telón cayó, para después levantarse un par de veces más, con toda la compañía agradeciendo el cariño del público.

 

La noche prosiguió su camino y el silencio volvió a envolver el campamento de la compañía, mientras todos sus integrantes dormían. Todos menos uno. El pequeño gato no podía conciliar el sueño. La emoción que todavía sentía en su pecho no le permitía dormir, así que subió a lo alto de la caravana y contempló el discurrir de la luna flamenca y cómo poco a poco la oscuridad daba paso a los primeros tonos rojizos que anunciaban el nuevo día.

Al rato la gata se percató de la ausencia del pequeño, pero sabía dónde encontrarlo. Subió y encontró al gatito contemplativo. Se acercó a él y, sin decir nada, se sentó a su lado y contempló el amanecer bañando de luz su querida Jerez de la Frontera.

— ¿Algún día volveremos, mamá?

— Claro. Aquí está nuestra casa. — le dijo ella acercado sus cuerpos para transmitirse calor — El flamenco viaja, esa es su esencia. Viaja para conquistar y enamorar corazones. Iremos y vendremos. Pero nunca estaremos lejos de casa si bajo nuestros cuerpos hay un tablao y mientras nuestra música y cante nos rodee. No lo dudes nunca. El flamenco es nuestro hogar.

— Mamá. — dijo el pequeño, mientras se echaba.

— Dime, cariño.

— Cuéntame otra vez la historia de la tatarabuela…

—… — la gata sonrió y se echó a su lado — La tatarabuela Felisa fue la primera gata flamenca, que cantó en esta compañía…

 

FIN

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