El Viajero

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En estos tiempos que corren, buscamos nuevas distracciones y cosas que nos hagan pasar un buen rato. Es por ello por lo que nosotros os queremos ayudar.

Volvemos con una nueva entrega de nuestros queridos relatos, de la mano de Agatha London, con una obra llamada El Viajero. Una historia que os emocionará.

 

Capítulo 1.

 

Subieron al tren por los pelos, riendo y fatigados por la carrera. Carcassone era tan bonita que habían perdido la noción del tiempo paseando entre sus calles de cuento de hadas. Su siguiente destino era Burdeos y les esperaban unas horas de viaje aparentemente tranquilas.

El paisaje que se deslizaba a través de la ventana era una sucesión interminable de campos, y aunque el día había amanecido con un sol espléndido, el tren iba directo hacia un cúmulo de nubarrones negros que prometían una buena tormenta de verano. La pareja llevaba un rato cada cual sumido en su propia novela.

–¿Vamos a almorzar a la cafetería? –propuso Ana levantando la cabeza de pronto.

–¿Otro almuerzo? Vamos a volver del viaje con dos tallas más –respondió Marcos.

–Qué le vamos a hacer, soy fan de la bollería francesa.

Ambos se dirigieron al vagón-cafetería y se apañaron para pedir un déjeuner en un francés bastante básico. El camarero les dijo algo cuando pagaron, pero no le entendieron. Marcos probó a preguntarle en inglés, pero el camarero no sabía inglés. En medio de la confusión idiomática un hombre se acercó a ayudar a los jóvenes.

–Dice que le habéis dado una moneda de veinte céntimos y debería ser de cincuenta.

–¡Oh! Perdón, no me había dado cuenta–. Marcos se apresuró a corregir el error. Un fuerte trueno hizo retumbar el vagón, y enseguida, las gotas de lluvia empezaron a azotar los cristales.

–Gracias –le dijo Ana al hombre. Este se encogió de hombros como quitándole importancia.

–¿Es vuestro primer viaje a Francia? –les preguntó.

Se trataba de un hombre mayor, de unos setenta años, que estaba tomando un café en la barra. Tenía un aspecto muy cuidado, como si acabara de salir de la peluquería y estrenara ropa nueva. Marcos lo estudió de arriba abajo con el ojo analítico que le daba su formación periodística, captando un brillo especial en su mirada. Aquel hombre estrenaba algo más que un nuevo aspecto, parecía estrenar también una ilusión. Le picó la curiosidad.

–Sí –respondió–, hemos pasado unos días en Carcassone y nuestra idea es recorrer Francia dando toda la vuelta hasta regresar por Marsella. ¿Y usted? ¿Está de vacaciones o vive en Francia?

–Yo… Pues… En realidad, voy a visitar a alguien, es una larga historia.

El tren se agitó por las ráfagas de viento, haciendo que a Ana casi se le cayera a la bandeja con los cafés y croissants que habían pedido. El hombre, con más agilidad de la que aparentaba, se levantó como un resorte a ayudar a la joven.

–Será mejor que os pongáis en esa mesa –dijo indicando un rincón vacío–, esto va a estar movido durante un rato.

Marcos y Ana intercambiaron una mirada. Estaba claro que el hombre viajaba solo.

–¿Por qué no se sienta con nosotros? Si quiere podría contarnos esa historia que ha mencionado.

En cuanto se sentaron y se dispusieron a dar cuenta del almuerzo una ráfaga de granizo retumbó en el techo, como si un gigante hubiera volcado un cubo de piedras sobre ellos.

 

 

Capítulo 2.

 

–Os contaré la historia si os entretiene, aunque puede que os resulte aburrida, se agradece pasar un rato con compatriotas.

El hombre, que se llamaba Julián, explicó que era de Castellón, ciudad en la que había vivido toda su vida. Su familia era modesta, aunque poseían una alquería con huertos, y tenían planeado aumentar el patrimonio cuando él se casara con Vicenta, hija de una familia vecina en una situación similar. A ella la conocía de toda la vida, habían crecido juntos compartiendo el mismo grupo de amigos. Tanto le habían inculcado la idea de que ella sería su mujer que durante sus primeros años de adolescencia estaba convencido de que era el amor de su vida. Un amor manso, comedido, que llevaba implícito el cuidar el uno del otro, no porque fuera un sentimiento apasionado que naciera de las entrañas, sino porque era lo que debía ser.

Contaba con diecinueve años cuando sus padres le anunciaron que esa temporada irían a vendimiar a Francia, porque tal como le comunicó su padre: “Xiquet, tenemos que preparar tu boda con la Vicen y necesitamos algo de dinero extra.”

–¡Imaginaos! –explicó Julián–. Yo nunca había salido de España, ni siquiera de la Comunidad Valenciana. Mi vida se limitaba a trabajar el campo y salir con mi novia y mis amigos cuando podía. Ahora vienen muchos temporeros de todas partes a España, pero entonces era muy habitual que nosotros fuéramos a Francia a vendimiar. Muchas familias lo hacían.

“Para mi era toda una aventura y eso que, cuando lo pienso ahora, las condiciones eran bastante precarias. Pero como os digo, nunca había viajado, y la novedad hacía que las precariedades se pasaran por alto. El pesado viaje en tren, y luego en autobús, el trabajo duro de sol a sol recogiendo la uva y cargándola a la espalda en cestos para descargarla en los remolques, dormir todos en la nave, separados unos de otros sólo por cortinas colgando… No os podéis imaginar la cantidad de familias que había allí.”

“Nos juntábamos antes de cenar para escuchar la única radio que compartíamos y tener noticias de nuestra tierra, y sólo un par de veces pude escribirle alguna carta a Vicenta. Pero entonces, cuando ya estaba más o menos aclimatado a la rutina, sucedió…”

El tren frenó de pronto, haciendo que tuvieran que agarrar al vuelo las tazas y platos de la bandeja. Una voz distorsionada sonó por el altavoz anunciando algo. Ana fue consciente entonces de que en el exterior el suelo estaba inundado y miró a Marcos con expresión asustada. Fuera seguía lloviendo y tronando.

–No os asustéis –dijo Julián–, por lo visto ha caído un montón de fango en las vías y tienen que quitarlo para poder continuar.

Ambos jóvenes alargaron los cuellos por la ventana, pero desde donde estaban era imposible ver la locomotora. El hombre parecía tranquilo y eso les ayudó a recuperar la compostura.

–Bueno Julián, ¿qué estaba diciendo? ¿Qué fue lo que sucedió? –preguntó Marcos.

–Llovía mucho –continuó Julián–, no tanto como ahora, pero te calaba los huesos, y teníamos que trabajar igualmente. Un caballo pasó galopando junto a nosotros y nos llenó de barro. Sobre él cabalgaba una joven.

–¿Quién será? –pregunté a mis padres.

–Pues está claro que una niña rica insolente y maleducada –respondió mi madre frunciendo el ceño.

“Y allí, empapado por la lluvia me quedé como un pasmarote mirando a la chica a la que no parecía importarle mojarse. Nos devolvió una mirada desafiante y a la vez triste y continuó con su paseo como si nada. Algo se revolvió en mi interior. Entonces supe que mi vida no volvería a ser igual.”

EL-VIAJERO-3

Capítulo 3.

 

“Volví a ver a la joven un atardecer. Solía escaparme a pasear a solas por la finca al final de la jornada para fumarme un cigarro y pensar en mis cosas y la encontré sentada al pie de un árbol, contemplando la puesta de sol. Estaba llorando.”

“A aquellas alturas ya chapurreaba el francés y al parecer ella sabía algo de español. Armándome de valor le pregunté si estaba bien y si le importaba que le hiciera compañía un rato. Aceptó mi compañía secándose los ojos, parecía necesitar hablar con alguien, y me explicó que se llamaba Annette y vivía en Le Mayne, un pueblo cercano, y que estaba pasando unos días en la finca de visita ya que era sobrina de los propietarios de la bodega. Luego me estuvo preguntando de dónde venía yo, si había estado antes en Francia, si me resultaba muy duro el trabajo… No parecía importarle nuestra diferencia de status social, al contrario, mostró curiosidad y fue muy agradable conmigo.”

“Aquel día no me explicó por qué lloraba, pero, como quien no quiere la cosa, nos fuimos encontrando varias tardes al pie del árbol y cogimos la costumbre de charlar un rato y explicarnos nuestra vida. Era muy fácil hablar con ella, tenía un carácter afable y divertido, también algo rebelde. Me fui dando cuenta de que, dentro de su posición, le gustaba romper las reglas que la sociedad le imponía, ninguna chica en su situación me hubiera dirigido la palabra jamás.”

Ana y Marcos estaban embelesados escuchando la historia. Hacía rato que habían terminado su almuerzo, y la tormenta había amainado, pero apenas eran conscientes de nada de eso.

–No os estoy aburriendo, ¿verdad? –preguntó Julián.

–No, no, para nada. Por favor, continúe. Es muy interesante –respondieron ambos casi al unísono.

–¿Por dónde iba? Ah, sí. No tardé mucho en hablarle de Vicenta, y ella a su vez me habló de Lauren, uno de sus primos segundos y heredero de la bodega. Sus familias habían concertado ya la boda y era el motivo real de su visita. A ella no le gustaba. Dijo que tenía un carácter engreído y un poco déspota, pero no tenía elección y se sentía prisionera de su destino.

“Yo no podía hablar mal de mi Vicenta, excepto por el hecho de que no me hacía sentir ni de lejos lo que sentía por Annette, y que teníamos ciertas diferencias en el modo de ver la vida, pero quién no las tiene…”

“Durante unos días luché contra mis propios sentimientos intentando ser práctico. No sabía si era correspondido, pero en cualquier caso una posible relación no podría llegar a ninguna parte, y me sentía mal por traicionar a Vicenta en mi corazón. Sin embargo, no pude ser capaz de dejar de encontrarme con Annette al atardecer. Su compañía se había vuelto adictiva para mi. Al final, un día nos quedamos en silencio mirándonos, y vi claramente en sus ojos que ella sentía lo mismo por mí. Y me dejé llevar por completo a pesar de mi compromiso con Vicenta, a pesar de que aquello no podía terminar bien, a pesar de que era toda una locura.”

“Por un breve tiempo nos fuimos encontrando en secreto, intercambiando besos y caricias. A veces, mientras trabajaba, la veía pasear a caballo, y nos mirábamos fugazmente con la complicidad y la ilusión que nos brindaba nuestro amor secreto, mientras mi madre seguía despotricando acerca de ella. No se si ya entonces sospechaba algo, las madres no son tontas.”

“Pronto llegó el momento en que teníamos que regresar a casa. Fueron unos días muy traumáticos en que no sabíamos muy bien qué hacer con nuestra relación. ¿Qué posibilidades teníamos de escapar de los compromisos familiares y cambiar el destino? Y sin embargo decidimos intentarlo. Quedamos en romper nuestros noviazgos impuestos. Una vez nos separásemos haríamos oficial la noticia ante nuestras respectivas familias. Nos escribiríamos para mantenernos informados de la situación, y cuando estuviera hecho nos fugaríamos y nos encontraríamos en París. Allí empezaríamos una nueva vida con los ahorros que tuviéramos.”

“Pero como os podéis imaginar, la cosa no salió bien”

La azafata volvió a hablar por el altavoz, y el tren emprendió la marcha de nuevo. El camino había quedado despejado y el sol brillaba de nuevo en el cielo, dejando un arcoíris suspendido contra un trozo de cielo plomizo que ya se desvanecía en el horizonte.

 

Capítulo 4.

 

Julián se quedó en silencio unos instantes y cogió aliento para continuar.

–Mi intento de romper la relación con Vicenta sólo provocó discusiones entre las dos familias, la relación se tensó durante un tiempo, y me sentía incapaz de explicar los motivos reales de mi decisión. Vicenta lloraba sin comprender, y mis padres me echaron varios sermones sobre la lealtad y el honor familiar. Escribí a Annette un par de veces explicándole cómo estaba viviendo la situación, y que estaba dispuesto a no dar mi brazo a torcer. En cuanto tuvieran asumida mi decisión y se calmaran un poco las aguas me marcharía, no me sentía bien si me iba sin más en aquel momento.

“Nunca recibí respuesta de ella, ni una carta, ni una sola postal. Primero pensé que su familia la habría convencido para olvidarme y cumplir con su compromiso, como habían intentado hacer conmigo. A medida que su recuerdo se diluía acabé pensando que para ella sólo había sido un juego, una manera de revelarse temporalmente, de jugar con fuego. Intenté odiarla por ello para poder arrancarla de mi corazón.”

“Me casé con Vicenta, como estaba previsto y seguí con mi vida previsible y normal, muy lejos de la aventura que hubiera representado la alternativa con Annette. Había decidido apostar por mi familia y me consolaba pensar que al menos tendría descendencia y vería crecer a mis hijos, que podría tener ese proyecto de futuro. Pero mis padres murieron y Vicenta resultó tener un problema físico que le impidió darme hijos. Nuestra relación se fue avinagrando con el tiempo hasta resultar tediosa; yo me sentía cada vez más sólo.

“Luego ella cayó enferma y me sentí culpable por no haber podido ser felices juntos. Estuve a su lado hasta que finalmente murió. Eso fue el año pasado.”

“Hace unos meses decidí vaciar la casa de mis padres para venderla y no podéis imaginaros lo que sucedió.”

Ana suspiró:

–¡Nos tiene en vilo! –. Julián continuó.

–Encontré las viejas maletas de mis padres, las que usaron en los pocos viajes que hicieron, incluido nuestro viaje a Francia. En un bolsillo interior había cinco cartas de Annette. Por algún motivo mi madre decidió esconderlas allí y nunca me las dio.

“Las leí todas de un tirón con los ojos inundados de lágrimas. Ella había intentado romper su noviazgo, igual que yo, causando las mismas discusiones familiares. Explicó que Lauren la había llegado incluso a dar un bofetón, y que no aguantaría mucho tiempo esa situación. Esperaba mi señal para marcharse a París. En su última carta se la notaba desesperada y triste por mi falta de respuesta, daba por sentado que yo había perdido el interés y me notificaba la fecha de su boda con Lauren, despidiéndose de mi para siempre con el corazón despechado.”

–¡Ostras! –exclamó Marcos–. ¡Vaya historia! ¿Y qué va a hacer ahora? No me diga que su viaje es para reencontrarse con Annette.

–Pues justamente, aunque no se lo que sucederá. Gracias a la tecnología hace poco conseguí algo de información. Descubrí en las redes sociales que tiene una hija, y nietos… Y lo más importante de todo, también está viuda y vive en la finca de la bodega. Su hija es la CEO del negocio familiar. ¿Qué os parece?

–¡Increíble! ¿Y Annette sabe que va a visitarla?

–Pues no… –respondió Julián con la voz un poco trémula–. No me he atrevido a decirle nada por miedo a que me niegue la visita. Prefiero presentarme en persona y tener ocasión de explicarle lo que sucedió. Espero que considere el dar otra oportunidad a nuestra relación, y de algún modo, tener al fin una familia y cuidar de esos nietos, aunque no sean míos por sangre.

–¿Y si no le sale bien? –preguntó Ana preocupada.

–Bueno… No creas que no he pensado en esa posibilidad. Pero debo intentarlo, ¿no crees? A estas alturas a prefiero arriesgarme antes que seguir con mi vida solitaria en Castellón, sin llegar a saber qué habría pasado de haberla visto de nuevo.

–Es usted muy valiente.

Los dos jóvenes intercambiaron una mirada, no les hizo falta hablar para ponerse de acuerdo. Estaban decididos a que las nuevas ganas de vivir que albergaba el hombre tuvieran sus frutos de un modo u otro.

–Si le parece bien le acompañaremos a ver a Annette, y si ella no quisiera recibirle estaremos ahí para darle nuestro apoyo. Además, puede contar con nuestra compañía en el futuro, si nos permite que le visitemos de vez en cuando, ya sea en Castellón o en Burdeos no volverá a sentirse sólo.

Al hombre se le empañaron los ojos de la emoción, y ambos jóvenes le abrazaron.

El tren se detuvo en la estación de Burdeos. Y se prepararon para coger un taxi que los llevara a la bodega. Julián cogió aliento con sus maletas en la mano:

–¿Preparados? –preguntó a la pareja.

–¡Vamos allá! –respondieron ambos con entusiasmo.

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