Se acercan fechas en las que los recuerdos cobran un sentido especial. Miles de historias forjan sus cimientos durante estos días, bonitas historias dignas de ser contadas…
El reencuentro…
Se acercaba la época navideña, eran días fríos, días en los que únicamente apetecía estar cerca del calor de la chimenea y si era posible en agradable compañía. Viendo una película clásica o escuchando tu disco favorito sin moverte del sofá. Pero había que volver a la realidad y el sonido del despertador me hizo abrir los ojos y deshacerme temporalmente de ese agradable sueño.
Me dirigí a la ducha mientras en la radio sonaba una de esas canciones que ayudan de forma casi mágica e inconsciente a enfrentar el día con actitud positiva. Ya en mi lugar de trabajo mi cuerpo seguía inquieto, expectante, cómo si algo sobrenatural fuera a suceder. De repente mi móvil empezó a sonar y en la pantalla solo se podía leer; “EL REENCUENTRO”.
Una tal Julia recordaba sin parar aquellos maravillosos años en los que éramos unos niños despreocupados y hablaba de la necesidad de volver a unir a la pandilla del colegio. No lo podía creer, ¡Era Julia! La Julia que en nuestra niñez nos volvía locos a todos con su desparpajo natural y su sonrisa infinita. De pronto, casi al unísono, Emilio y Ramón se sumaron al evento, que sin lugar a dudas, fue para todos nosotros un inesperado regalo. Poco después se unirían Rosario (aquella chica rubia de mirada inocente) e Isabel que se marchó a Madrid y nadie supo más de ella. Con una sonrisa de oreja a oreja, me uní a mis antiguos compañeros, la idea de rescatar un trocito de nuestra olvidada infancia me cautivó…
Los días posteriores a la creación del grupo fueron días en los que recordar cada momento te hacía sentir una alegría especial. La sonrisa en mi cara no se podía esconder, me sentía eufórico, quería ver a todos esos amigos de mi niñez, y ese momento me rondaba la cabeza todo el día.
Poco a poco se iba aclarando el día, la hora y el lugar del esperado reencuentro. Lola y Javier (antiguos delegados de la clase), tomaron las riendas de la situación para que no faltase detalle y todo fuese sobre ruedas.
Mientras tanto, los días transcurrían entre risas, fotos antiguas, anécdotas y recuerdos de aquellos días felices. Era increíble pensar que habían pasado 40 años y que recordábamos como si fuera ayer cuándo tirábamos piedras al tejado del conserje. Cada uno seguía aportando su granito de arena. A veces era tal el detalle que parecía sacado de libros documentados de la época. Sin duda experiencias vividas que habían marcado nuestras vidas…
El Gran día llegó, y frente al espejo me acicalaba para la ocasión, ya no veía a ese hombre que superaba el medio de siglo de experiencias, sino a un alma joven con ganas de revivir mil y una aventuras de la adolescencia. Cogí el 600 de mi padre (merecía la ocasión) y una caja de madera llena de Melones el Abuelo. Sin más preámbulos y con gesto ansioso puse rumbo a la dirección que se nos había indicado.
Un rato antes de la hora acordad ya estaba en la puerta del lugar del reencuentro, entusiasmado y a la vez sorprendido, ya que se trataba de un balneario de principios del S.XIX que conservaba toda la esencia de su época. Sin duda, lo mejor del lugar era mi propia historia. Yo mismo había sido concebido en una de sus habitaciones en una noche de verbena en la que mis padres se hospedaron en él.
Volviendo al relato, como comentaba eran las 12 en punto y no aparecía un alma, ¿Qué estaba pasando? ¿Me habían tomado el pelo? nervioso, merodeaba en la puerta esperando ver una cara conocida, una voz que me sonara… no sé, un indicio que me hiciera creer que no había sido una broma. De pronto escuche unas risas que procedían del interior. Fue entonces cuando me decidí a pasar. No daba crédito, ¡Allí estaban todos! Estaba esperando en la puerta equivocada. Dejé mi caja de melones y me dirigí a Antonio (el del cortijo) y le di un abrazo. Hacía 40 años que no le veía, pero su sonrisa no había perdido un ápice de personalidad.
Éramos nosotros, aquella pandilla que se dedicaba a hacer fechorías cada vez que tenía oportunidad y que años atrás éramos inseparables…